14 agosto 2012

Palabras de cierre del presidente del PARLACEN, Manolo Pichardo, para el Foro “25 aniversario de la firma de los acuerdos de paz de Centroamérica, Esquipulas I y II


América Latina, del continente de la esperanza al continente de las oportunidades. ¿Hacia dónde vamos?

Cuando se me contactó para que participara en este evento, que ha tenido por objetivo celebrar el 25 aniversario de la firma de los acuerdos de paz en Centroamérica, y se me habló de que en el debate se abordarían varios temas, entre los cuales estaba: “América Latina, del continente de la esperanza al continente de las oportunidades. ¿Hacia Dónde Vamos?”, me entusiasmé con él, pero al ver el programa y leer que me tocaría cerrar el evento, me dije: “Esto significa que haré uso de la palabra después que lo hagan una cantidad apreciable de intelectuales,  académicos y hasta expresidentes, por lo  que es muy probable que mi enfoque coincida con alguno de ellos y que incluso al llegar el momento de agotar mi turno ya todo se haya dicho”.

Pero ese es un riesgo que siempre se toma en este tipo de actividad y, partiendo de este hecho, comencé a reflexionar sobre el tema, sobre La Esperanza, sobre su significado, sobre su relación con nuestro continente. Entonces me remonté a la conquista, a octubre 1492, a Colón y sus carabelas, que buscando especias encontraron oro y 70 millones de indígenas, una combinación excelente para iniciar la explotación de las riquezas del continente.

Pienso que en aquel octubre comenzó a masticarse la palabra esperanza. Pero del lado de los conquistadores, porque ¿qué podían esperar los aborígenes que ocurriera en su beneficio si la conquista trajo el látigo de la esclavitud, el cinismo de las encomiendas y el siniestro cuadro de enfermedades que, junto a todo el sistema de explotación, en tiempo sorprendente, redujeron los 70 millones de aborígenes a solo 3?

La cuestión comenzó con el oro en la Hispaniola, la rebelión sin éxito del taino Hatuey y el levantamiento, también sin éxito, de Sebastián Lemba, el africano que estimuló las cimarronadas; pero continuó en tierra continental, desde México hasta Brasil. Potosí, punto de concentración de las ambiciones y la explotación despiadada, pudiera ser un marco de referencia para que tengamos una idea de la dimensión de lo ocurrido en los años de la primera conquista, porque resulta que habría otras, tan duras e implacables como aquella.

Refieren algunos historiadores, y con ello grafico lo duro de la conquista, que cuando los sacerdotes evangelizaban a los indígenas y les hablaban del llamado Reino de los Cielos, un lugar paradisíaco al que irían después de la muerte si se convertían al cristianismo, los aborígenes preguntaban que si los españoles estarían allí, y ante la respuesta afirmativa, rechazaban la evangelización: No querían ir al Paraíso, no querían prolongar su calvario más allá de la muerte y, sin la conversión, se suicidaban en masa.

Los conquistadores vaciaron las grandes minas de oro, pero vino la caña de azúcar, y la sal, y el café y el cacao y el banano y, por supuesto, el bendito petróleo. En la medida que se iban reemplazando unas materias primas por otras o se iban explotando de forma simultánea, también se producían cambios geopolíticos y nos convertimos en escenario para la lucha de los imperios, para saciar la patológica geofagia propia de sus deseos expansivos.

Con el tiempo, la forma de explotación cambió de fachada, y los modernos piratas y corsarios, cambiaron sus patas de palo, patente de corso y antiguas indumentarias, por corbatas; y el látigo por el contrato, oneroso siempre, con el respaldo de cañones, aviones, cónsules y embajadores que comenzaron a manipular presidentes o a domar a los más rebeldes; y a los que pretendieron ser indómitos y patriotas, defensores de los derechos de sus pueblos, como Juan Bosch y Jacobo Arbenz, para poner solo dos ejemplos, eran sacados de la presidencia vivos o muertos.

Con las riquezas naturales de América Latina y la sangre de los pueblos originarios y africanos, se financió el desarrollo de Europa, incluso el empuje de la Revolución Industrial no solo tuvo como combustible el sudor de los obreros europeos, sino la sangre y el propio sudor de nuestros pueblos.
 
La esperanza nos llega ahora junto a las oportunidades, quizá por un error de cálculo de algunas potencias, que tras su triunfo en la Guerra Fría, y ante la unipolaridad del momento, diseñaron un mundo sin fronteras arancelarias, con el fin de convertir al resto en un gran mercado, solo que en el diseño, se plantearon la deslocalización de las empresas, y allí el modelo se convirtió en un búmeran que abrió oportunidades a los países emergentes.

Sobre esta cuestión, Samuel Huntington, en su libro “¿Quienes somos? Los desafíos de la identidad nacional estadounidense”, revela que una gran cantidad de empresas con capital de los Estados Unidos se han marchado hacia mercados emergentes detrás de mano de obra barata, cuestión que está generando desempleo constante en su país y que se ha definido una estrategia para que estas retornen.

Agobiado por la situación, el gobierno de los Estados Unidos escribió en 1996 a los directores generales de las cien empresas más importantes, recordándoles su origen y que se habían instalado y habían crecido gracias a los sustanciosos beneficios fiscales y otro tipo de subvenciones, además de que había jurado defender los intereses de su nación. Muchos, ni respondieron, otros lo hicieron en términos muy duros, pero la Ford, un ícono empresarial estadounidense respondió: “Ford es, en sentido más amplio, una compañía australiana en Australia, una compañía británica en Reino Unido y una compañía alemana en Alemania”.

El fin de la Guerra Fría marca para mí el punto de inflexión, entre una América Latina desesperanzada y otra que se encontró con la esperanza que le viene dando la crisis de hegemonía que se derivó del error de cálculo que mencioné. Solo que, debemos comenzar a construir alianzas que nos permitan tener empresarios prósperos y ciudadanos con capacidad de consumo. Y eso lo logramos implementando políticas sociales que mejoren las condiciones materiales de existencia de nuestros pueblos, pues de estas alianzas aflorará el ganar/ganar en beneficio de unos y otros para el despegue definitivo de América Latina.

Estas alianzas no pueden darse al margen de los procesos de integración, que deben ser fortalecidos si queremos avanzar con éxito en medio de este mundo globalizado. La llegada de Venezuela al Mercosur es un paso que consolida ese esquema de integración regional; pero no basta, pienso que debe seguirse ampliando, hasta convertirlo en un bloque poderoso y decisivo.

Por estos lares, en nuestra Centroamérica ístmica e insular, debemos acelerar el paso; avanzar con mayor celeridad hacia la unión aduanera, para llegar al mercado común y la unión política. Debemos pensar en grande, porque a veces tengo la impresión de que muchos de nosotros nos comportamos como aldeanos dieciochescos, manejando una agenda feudal en medio de la Era del Post Capitalismo, de un mundo globalizado y marcado por mercados agresivos dispuestos a tragarse a los pequeños, a los aislados, a los rezagados en cuyos liderazgos no se avizoran individuos capaces de ver más allá de la curva.

Crecemos, vamos sorteando la crisis mundial con relativo éxito, pero nuestro crecimiento, en gran medida está relacionado con las exportaciones de materias primas. La brutal ebullición de la economía China nos ha ayudado. Pero no podemos seguir exportando cacao e importando chocolate, exportando oro, bauxita, cobre e importando joyas, alambres; en fin, que sin valor agregado, desperdiciamos nuestras riquezas, y con ello hacemos insostenible el crecimiento que experimentamos.

Y a propósito de lo dicho anteriormente, se me ocurre referirme al hecho de que durante el apogeo de la Revolución Industrial, el ciudadano inglés sorprendido exportando lana cruda, es decir, sin elaborar, era condenado a perder su mano derecha, y si reincidía, era condenado a la horca, pero además, algo que parece extremo y hasta gracioso, estaba terminantemente prohibido enterrar a un fallecido sin que el párroco de la iglesia más cercana certificara que el sudario fuera de factura nacional.

Pero bien, daría la impresión de que nuestro continente está en su momento, de que la coyuntura que vivimos nos abre la oportunidad para que tras más de 500 años de dominio económico y político directo o indirecto, construyamos nuestra independencia real, la política y la económica.

Al celebrarse el 25 aniversario de los acuerdos de paz en Centroamérica, hemos avanzado poco en materia de integración, pero pienso que llegó el momento de la consolidación y el avance; estamos obligado a ello, porque como siempre digo y repito en escenario como este: “NO HAY POSIBILIDAD DE DESARROLLO SIN INTEGRACIÓN”.    
Con el avance del proceso de integración tenemos que ponernos la tarea de combatir con eficiencia la violencia, que está cobrando más víctimas que las que produjo la guerra ideológica que desangró por décadas a Centroamérica, y que encontró en los acuerdos de Esquipulas su fin.

¡Los acuerdos de Esquipulas cumplieron su cometido! Se alcanzó la paz, se comenzó  a consolidar el proceso democrático, el que vamos construyendo con algunos tropiezos, entre ellos el intento mismo de liquidarlo y seguirlo edificando sobre la base de la desigualdad social y económica.

Por ello estamos apostando a un Esquipulas III, el Esquipulas Social, el Esquipulas de los Pueblos, un esquipulas que debe arropar a toda nuestra América Latina, para que tengamos una sociedad continental próspera y justa, verdaderamente justa.

Gracias por escucharme, buenas tardes!

Manolo Pichardo
Presidente del Parlamento Centroamericano, PARLACEN

Ciudad de Guatemala
Agosto 9, 20012.-

No hay comentarios: