América Latina, del continente de la
esperanza al continente de las oportunidades. ¿Hacia dónde vamos?
Cuando se me
contactó para que participara en este evento, que ha tenido por objetivo
celebrar el 25 aniversario de la firma de los acuerdos de paz en Centroamérica,
y se me habló de que en el debate se abordarían varios temas, entre los cuales
estaba: “América Latina, del continente de la esperanza al continente de las
oportunidades. ¿Hacia Dónde Vamos?”, me entusiasmé con él, pero al ver el
programa y leer que me tocaría cerrar el evento, me dije: “Esto significa que
haré uso de la palabra después que lo hagan una cantidad apreciable de
intelectuales, académicos y hasta
expresidentes, por lo que es muy
probable que mi enfoque coincida con alguno de ellos y que incluso al llegar el
momento de agotar mi turno ya todo se haya dicho”.
Pero ese es un
riesgo que siempre se toma en este tipo de actividad y, partiendo de este
hecho, comencé a reflexionar sobre el tema, sobre La Esperanza, sobre su
significado, sobre su relación con nuestro continente. Entonces me remonté a la
conquista, a octubre 1492, a Colón y sus carabelas, que buscando especias
encontraron oro y 70 millones de indígenas, una combinación excelente para
iniciar la explotación de las riquezas del continente.
Pienso que en
aquel octubre comenzó a masticarse la palabra esperanza. Pero del lado de los
conquistadores, porque ¿qué podían esperar los aborígenes que ocurriera en su
beneficio si la conquista trajo el látigo de la esclavitud, el cinismo de las
encomiendas y el siniestro cuadro de enfermedades que, junto a todo el sistema
de explotación, en tiempo sorprendente, redujeron los 70 millones de aborígenes
a solo 3?
La cuestión
comenzó con el oro en la Hispaniola, la rebelión sin éxito del taino Hatuey y
el levantamiento, también sin éxito, de Sebastián Lemba, el africano que
estimuló las cimarronadas; pero continuó en tierra continental, desde México
hasta Brasil. Potosí, punto de concentración de las ambiciones y la explotación
despiadada, pudiera ser un marco de referencia para que tengamos una idea de la
dimensión de lo ocurrido en los años de la primera conquista, porque resulta
que habría otras, tan duras e implacables como aquella.
Refieren algunos
historiadores, y con ello grafico lo duro de la conquista, que cuando los
sacerdotes evangelizaban a los indígenas y les hablaban del llamado Reino de
los Cielos, un lugar paradisíaco al que irían después de la muerte si se
convertían al cristianismo, los aborígenes preguntaban que si los españoles
estarían allí, y ante la respuesta afirmativa, rechazaban la evangelización: No
querían ir al Paraíso, no querían prolongar su calvario más allá de la muerte
y, sin la conversión, se suicidaban en masa.
Los
conquistadores vaciaron las grandes minas de oro, pero vino la caña de azúcar,
y la sal, y el café y el cacao y el banano y, por supuesto, el bendito petróleo.
En la medida que se iban reemplazando unas materias primas por otras o se iban
explotando de forma simultánea, también se producían cambios geopolíticos y nos
convertimos en escenario para la lucha de los imperios, para saciar la
patológica geofagia propia de sus deseos expansivos.
Con el tiempo, la
forma de explotación cambió de fachada, y los modernos piratas y corsarios,
cambiaron sus patas de palo, patente de corso y antiguas indumentarias, por
corbatas; y el látigo por el contrato, oneroso siempre, con el respaldo de
cañones, aviones, cónsules y embajadores que comenzaron a manipular presidentes
o a domar a los más rebeldes; y a los que pretendieron ser indómitos y
patriotas, defensores de los derechos de sus pueblos, como Juan Bosch y Jacobo
Arbenz, para poner solo dos ejemplos, eran sacados de la presidencia vivos o
muertos.
Con las riquezas
naturales de América Latina y la sangre de los pueblos originarios y africanos,
se financió el desarrollo de Europa, incluso el empuje de la Revolución
Industrial no solo tuvo como combustible el sudor de los obreros europeos, sino
la sangre y el propio sudor de nuestros pueblos.
La esperanza nos
llega ahora junto a las oportunidades, quizá por un error de cálculo de algunas
potencias, que tras su triunfo en la Guerra Fría, y ante la unipolaridad del
momento, diseñaron un mundo sin fronteras arancelarias, con el fin de convertir
al resto en un gran mercado, solo que en el diseño, se plantearon la
deslocalización de las empresas, y allí el modelo se convirtió en un búmeran
que abrió oportunidades a los países emergentes.
Sobre esta
cuestión, Samuel Huntington, en su libro “¿Quienes somos? Los desafíos de la
identidad nacional estadounidense”, revela que una gran cantidad de empresas
con capital de los Estados Unidos se han marchado hacia mercados emergentes
detrás de mano de obra barata, cuestión que está generando desempleo constante
en su país y que se ha definido una estrategia para que estas retornen.
Agobiado por la
situación, el gobierno de los Estados Unidos escribió en 1996 a los directores
generales de las cien empresas más importantes, recordándoles su origen y que
se habían instalado y habían crecido gracias a los sustanciosos beneficios
fiscales y otro tipo de subvenciones, además de que había jurado defender los
intereses de su nación. Muchos, ni respondieron, otros lo hicieron en términos
muy duros, pero la Ford, un ícono empresarial estadounidense respondió: “Ford
es, en sentido más amplio, una compañía australiana en Australia, una compañía
británica en Reino Unido y una compañía alemana en Alemania”.
El fin de la
Guerra Fría marca para mí el punto de inflexión, entre una América Latina
desesperanzada y otra que se encontró con la esperanza que le viene dando la
crisis de hegemonía que se derivó del error de cálculo que mencioné. Solo que,
debemos comenzar a construir alianzas que nos permitan tener empresarios
prósperos y ciudadanos con capacidad de consumo. Y eso lo logramos
implementando políticas sociales que mejoren las condiciones materiales de
existencia de nuestros pueblos, pues de estas alianzas aflorará el ganar/ganar
en beneficio de unos y otros para el despegue definitivo de América Latina.
Estas alianzas
no pueden darse al margen de los procesos de integración, que deben ser
fortalecidos si queremos avanzar con éxito en medio de este mundo globalizado.
La llegada de Venezuela al Mercosur es un paso que consolida ese esquema de
integración regional; pero no basta, pienso que debe seguirse ampliando, hasta
convertirlo en un bloque poderoso y decisivo.
Por estos lares,
en nuestra Centroamérica ístmica e insular, debemos acelerar el paso; avanzar
con mayor celeridad hacia la unión aduanera, para llegar al mercado común y la
unión política. Debemos pensar en grande, porque a veces tengo la impresión de
que muchos de nosotros nos comportamos como aldeanos dieciochescos, manejando
una agenda feudal en medio de la Era del Post Capitalismo, de un mundo
globalizado y marcado por mercados agresivos dispuestos a tragarse a los
pequeños, a los aislados, a los rezagados en cuyos liderazgos no se avizoran
individuos capaces de ver más allá de la curva.
Crecemos, vamos
sorteando la crisis mundial con relativo éxito, pero nuestro crecimiento, en
gran medida está relacionado con las exportaciones de materias primas. La
brutal ebullición de la economía China nos ha ayudado. Pero no podemos seguir
exportando cacao e importando chocolate, exportando oro, bauxita, cobre e
importando joyas, alambres; en fin, que sin valor agregado, desperdiciamos
nuestras riquezas, y con ello hacemos insostenible el crecimiento que
experimentamos.
Y a propósito de
lo dicho anteriormente, se me ocurre referirme al hecho de que durante el apogeo
de la Revolución Industrial, el ciudadano inglés sorprendido exportando lana
cruda, es decir, sin elaborar, era condenado a perder su mano derecha, y si
reincidía, era condenado a la horca, pero además, algo que parece extremo y
hasta gracioso, estaba terminantemente prohibido enterrar a un fallecido sin
que el párroco de la iglesia más cercana certificara que el sudario fuera de
factura nacional.
Pero bien, daría
la impresión de que nuestro continente está en su momento, de que la coyuntura
que vivimos nos abre la oportunidad para que tras más de 500 años de dominio
económico y político directo o indirecto, construyamos nuestra independencia
real, la política y la económica.
Al celebrarse el
25 aniversario de los acuerdos de paz en Centroamérica, hemos avanzado poco en
materia de integración, pero pienso que llegó el momento de la consolidación y
el avance; estamos obligado a ello, porque como siempre digo y repito en
escenario como este: “NO HAY POSIBILIDAD DE DESARROLLO SIN INTEGRACIÓN”.
Con el avance del
proceso de integración tenemos que ponernos la tarea de combatir con eficiencia
la violencia, que está cobrando más víctimas que las que produjo la guerra
ideológica que desangró por décadas a Centroamérica, y que encontró en los
acuerdos de Esquipulas su fin.
¡Los acuerdos de Esquipulas cumplieron su cometido!
Se alcanzó la paz, se comenzó a
consolidar el proceso democrático, el que vamos construyendo con algunos
tropiezos, entre ellos el intento mismo de liquidarlo y seguirlo edificando
sobre la base de la desigualdad social y económica.
Por ello estamos apostando a un Esquipulas III, el
Esquipulas Social, el Esquipulas de los Pueblos, un esquipulas que debe arropar
a toda nuestra América Latina, para que tengamos una sociedad continental
próspera y justa, verdaderamente justa.
Gracias por escucharme, buenas tardes!
Manolo Pichardo
Presidente del Parlamento Centroamericano, PARLACEN
Ciudad de Guatemala
Agosto 9, 20012.-